jueves, 14 de junio de 2007

SOBRE EL ESTADO DE LA ACTUAL SITUACIÓN POLÍTICA (I)

El fondo de la cuestión, que resume la situación política actual, es muy sencillo: en España no existe ya, en realidad, una Constitución consensuada pues quienes en nuestra nación detentan el poder de facto como de iure pretenden, en última instancia, dar aparentemente una vuelta a la Historia : en última instancia se realiza aparentemente a través del cegamiento de la Historia como fué.
Mientras existió el desarrollo del sistema de ingeniería administrativa, previsto en nuestra Constitución, iniciado desde 1978, las elites políticas podían siempre recrear (caso de catalanes, vascos, eventualmente gallegos) o crear y ampliar sus plataformas de poder en los ámbitos regionales respectivos (caso de las demás Autonomías). La crísis causada por el Estatuto andaluz, junto con el llamado "error Clavero", la fórmula del "Café para todos" implicó, naturalmente, el inicio de la implosión de UCD desde principios de los ochenta.
El problema es cuando , primero, el ciclo de descentralizaciones se ha agotado (poco va quedando por descentralizar) y cuando, segundo, una posibilidad prevista constitucionalmente puede fallar: pues la ampliación estatutaria de derechos desde las mismas Autonomías, subsidiarias siempre constitucionalmente, nunca puede entrar en colisión con los derechos y potestades irrenunciables característicos de un pueblo y nación que se expresó ratificando una Constitución y de una administración central siempre en regresión. Ni la ampliación de descentralizaciones favorecería los derechos y obligaciones de un pueblo crecientemente atenazado y cada vez más hastiado, lo cual explica la abrumadora y creciente abstención existente en los últimos Referendums.
Nuestra bimilenaria España e Hispania se encuentran, en consecuencia, en una delicada situación, plasmada en una política crecientemente unidireccional, basada en un intento calculado de cambio de régimen : la técnica de actuación, idéntica aparentemente pero paradójicamente invertida, es la misma, finalmente, que la que existió en el proceso de transición democrática previo, entre 1975 y 1978.
Mas hoy, teniendo en cuenta la dinámica existente previamente, existe un fallo inicial pues es una diferencia esencial a aquel proceso comprendido entre 1975 y 1978: la nueva tendencia política, iniciada en torno al año 2.000, implica el progresivo cerco y el sistemático aislamiento de la otra España tradicionalmente de centro, es decir, en realidad entiéndase sociológicamente conservadora. En última instancia porque la misma España, de centro y conservadora, defiende un imaginario en apariencia crecientemente distinto al que está siendo recreado desde realidades administrativas y fomentandose a través de los cambios educativos.
En 1975 - 1978 la Transición democrática, impulsada bajo el manto de la Corona, fué consensuada por todos: su éxito aparente fué, sistemáticamente, desde el poder encarnado en la institución de la Corona (institución arbitral hispanoromana y española que simbolizaba la España vital, jurídica y social) integrar los previsibles contrapoderes (las Españas emergentes) de manera que, sistemáticamente, nunca hubiese vencedores ni vencidos.
El éxito de aquella Transición fué que la tercera España siempre existente (tercera España que no coincide conceptualmente con la defendida por Preston, según consta en mis originales en KUL) pudo finalmente expresarse libremente frente a minorías radicalizadoras o polarizadoras.
Los españoles aprobamos, constitucionalmente en 1978, la Monarquía y el Reino de nuevo, restaurado por cierto por el régimen autoritario anterior. Lo cual no era extraño teniendo en cuenta nuestra tradición histórica compartida a lo largo de muchos siglos, desde el siglo VIII después de Cristo hasta hoy principios del siglo XXI.
No en vano la institución de la Corona hispanoromana y española ha sido , y es ,una de las más antiguas del mundo ininterrumpidamente, salvedad hecha por cierto de la japonesa.
El hipotético éxito político del PSOE como maquinaria de poder, en todo caso y en su momento, se verá cuando consiga (si es que lo consigue) encauzar las tendencias disgregadoras latentes y crecientes, si puede hacerlo, y es naturalmente deseo de todos los españoles que lo consiga. El mismo Partido Popular ha expresado su apoyo incondicional al gobierno actual en términos de estado. Esto de las tendencias disgregadoras, en un sentido, no es tan preocupante a medio y largo plazo: es herencia inconsciente de las pequeñas Romas españolas la autonomía local y nada es más paradójicamente hispanoromano y español que el grito de "¡Viva Cartagena libre!" desde las instituciones municipales de carácter republicano (por cierto casi siempre históricamente amparadas por la Corona española e hispanoromana). El reforzamiento y potenciación tanto de la administración central como de los municipios, frente a las Comunidades Autónomas, es una de las soluciones al problema actual.
El nudo último de la cuestión que , actualmente, atenaza crecientemente de una manera u otra a todos los españoles, es la problemática suscitada por la imagen histórica de España. Pues en grandísima parte bajo la discusión actual, bien sea política o administrativamente, entre los dos grandes partidos, lo que subyace es finalmente la confrontación encubierta de dos imaginarios diferentes: el latente confederalismo ibérico de una parte, herencia de un sector de la Primera República española, sorprendentemente asumido por amplios sectores del Psoe después de 1975 . O en el otro abanico político, el neonacionalismo integrador resultante de la reelaboración de nuestra imagen histórica durante el siglo XIX, coincidiendo con la creación del estado liberal decimonónico, estremadamente centralizado, existente aproximativamente entre 1834 y 1931, el cual creó en los españoles un imaginario. Imaginario que adaptado a los tiempos sigue y que afortunadamente sigue siendo defendido desde el Partido Popular sobre todo en forma de sentimiento común.
En la síntesis entre ambos imaginarios se encuentra, incuestionablemente, la salida a la presente y latente crísis nacional: una salida que, incuestionablemente, con independencia de esta obvia necesidad, pasa siempre por volver reforzar la armazón de la administración central de España en sus dos ramas básicas: una, el ejército y, otra, la administración civil.
Mas no vaya a pensarse siempre que el reforzamiento de la administración implica la posibilidad de salir de la actual crísis institucional que subyace bajo las aparentes o muy ciertas tormentas políticas que agitan la superficie.
Una sistemática realidad histórica, recurrente, es que para que una realidad histórica exista, con independencia que el pueblo que sustenta esa realidad lo quiera, requiere que las elites de esa realidad sigan defendiéndolas conscientemente. Esto se está quebrando, desgraciadamente, en nuestra España actual.
La impresionante realidad documental, por ejemplo, de la Notitia Dignitatum, el catálogo administrativo del Imperio romano, anterior al año 429, se vino estrepitosamente abajo porque la administración centralizada se vió cortocircuitada ante la crísis recaudatoria (y porque, naturalmente, muchos funcionarios regionales nunca desearon perder sus potestades locales).
Roma pudo desaparecer políticamente como organismo político defensivo, pero finalmente desde la base radical de la romania se hizo Europa durante mil quinientos años, hasta casi hoy. Los europeos (¡hasta hace casi menos de veinte años!) mantuvimos abrumadora y conscientemente por mil quinientos años el latín como nuestra gran lengua vehícular y nuestro alfabeto pasado por la letra carolingia. La religión judeocristiana y cristiana se convirtió en el crisol de casi todo el humus de creencias y religiones de lo previo, si bien en perjuicio creciente del judaísmo. El arte occidental se desarrolló por mil quinientos años siguiendo una tradición cosmopolita y clásica. Judeocristianismo, helenoromanismo, barbarie simultáneas, fueron un crisol que generaron en última instancia a nuestra Europa como se encuentran en la matriz de nuestra Hispania y España: la peculiaridad de Hispania y España fué verse convertida en tierra de frontera frente al Islám, mas los españoles decidimos de sobra seguir siendo hispanoromanos (es decir, españoles) y universalmente europeos por cierto.
Una última observación se refiere a la política en relación con la sociedad española y sociedades españolas: las últimas tasas de abstención electoral son preocupantes. Lo que siempre es evidente, en todo caso, es que la solución al problema actual (el imbroglio jurídico español) no pasa precisamente por más política en el ámbito de lo cotidiano : sino por incentivarse más la sociedad civil en el ámbito nacional y proyectada hacia el plurinacional europeo. Una sociedad civil fuerte y madura, respetando siempre sus peculiaridades localistas, siempre deseará obviamente más España y más Europa frente a los que pueden empezar a ser axfisiantes tribalismos de los neonacionalismos administrativos.