viernes, 29 de agosto de 2008

SOBRE LAS FIGURAS DE MITHRA Y DE JESÚS (V)

Una escena literaria (II).

(Copyright) Entre 500 y 550 d.d.C.

La pareja de Dioses , si bien de distinta jerarquía (apostilla por corrección teológica) decidieron volver a bajar a la tierra. Jesús, para esta visita, se disfrazó ... de discreto Senador de Constantinopla ; y Mithra, por su parte, lucía , juvenil y saludable, a su vez ataviado de pomposo mercader oriental, con un look entre palmireno y siríaco, con turbante y pantalones verdosos algo bombachos y tejidos de sedas algo chillonas.
Los dos paseaban, desde por la mañana, por un gigantesco y fantasmal escenario urbano, casi enteramente vacío.
Decidieron ambos para esta excursión , de nuevo, manifestarse como supuestos humanos. Era siempre agradable descubrir por qué Yahveh decidió que la tierra y la vida en ella era un regalo. Bastaba respirar profundamente el aire tibio y ver los pajaritos sobre una rama.
Mas el espectáculo que ofrecía aquella inmensidad en ruínas casi era dantesco.
"Vaya desastre" gimió Mithra.
"No necesitan instrumentos para destruir..." suspiró Jesús "pero si imaginases las cosas que van a inventar con el tiempo..." meditó en alta voz . Jesús movió ligeramente la mano, colocando su palma boca arriba, y Mithra visualizó perplejo, sobre ella, un inmenso hongo de humo, simultáneamente a un destello cegador de luz.
"Wow, ¿es destrucción? Mis antiguos legionarios estarían encantados" dijo el deva, relamiéndose los labios.
"Demasiado guerrero saliste" suspiró Jesús.
"Bueno, el comportamiento humano ciertamente está de acuerdo a un principio de entropía de la materia, creo" observó entonces, con buen humor, Mithra.
La pareja de amigos (si bien de distinta jerarquía divina) dedicó la mañana a visitar y recorrer el inmenso complejo del Palatium, el Palatino, semi en ruínas, y ya abandonado. Aquel complejo de palacios, con una fábrica intacta, en parte colgado sobre precipicios con enormes contrafuertes, desde los cuales se gobernó el mundo por quinientos años, casi estaba vacío de los previos placeres decadentes, exquisitos y empalagosos de la vida cortesana.
"Hubo una época en que estas miles de ventanas estuvieron cubiertas de toldos purpuras" observó Mithra, acariciándose pensativo la barbilla.
"Nada hay más triste que una Corte" observó Jesús.
Los dos, con un pensamiento, se ubicaron y admiraban la espectacularidad del Circo Máximo, grandioso hipódromo, a los pies del mismo Palatium. Todo vacío.
La inmensidad urbana de la mancha de Roma estaba desierta. Por unos meses, durante ese año, algunos miles de supervivientes romanos, frente a bastante más de 1.200.000 en 406, habían sido evacuados de la otrora grandiosa metrópoli por los legionarios romanoorientales.
Fué la única ocasión en la Historia de la Ciudad Eterna en que la misma estaría enteramente vacía desde su fundación, convertida entera en campos de creciente ruínas y soledad, y mustios collados y colinas.
"Fíjate que, dentro de no mucho, aunque la ciudad esté casi vacía, un Emperador más ...se coronará ahí..." dijo Jesús, señalando el Palatium. "Será un joven prometedor, Heraclius, incluso tratará de restaurar parte de Roma".
"Siendo tercera persona de la Divinidad no tiene mérito saberlo por tu parte...Al fín y al cabo yo solamente surgí de la base de una fuente sobre una roca." refunfuñó Mithra.
"Mas eres mi amigo" repuso Jesús. "Pero no te excedas, deva".
"¿Tu amigo? Es cierto. Vaya faena le hiciste a mis chicos, eran buenos soldados por varios siglos", masculló el deva. Ambos subían por una calle algo empinada, bandadas de perros callejeros disputaban por un poco de carroña; el empedrado de losas calles se había vuelto, con el paso del tiempo, irregular..
"No veo solución a éste desastre" suspiró Mithra.
"No la tiene" dijo tajante Jesús. "Mi Padre ha decidido que Roma será desde ahora, exclusivamente, un centro espiritual. Yahveh Tenía la leve esperanza que ellos, por su libre albedrío, decidiesen seguir existiendo, pero esto es...desastroso".
En una pequeña Iglesia semiderruída, en la intersección de dos calles de insulae cuyos muros de ladrillo se desplomaban casi literalmente abombándose, sonaba un órgano hidráulico.
"¿Ahí están los míos?" se preguntó Jesús, perplejo. Mithra sonrió. "No te despojes demasiado voluntariamente de tu divinidad, Maestro" dijo.
"Cuando fuí en la tierra Rabbí el tema tuvo tintes divertidos si, en algún momento , decidí ser plenamente humano" concedió Jesús. "No podía ver nada".
"Me parece..." Mithra aguzó el oído. "Esos cánticos...son los míos".
"Sip...en Siria aún existen las hermandades neoplatónicas y ... maniqueas...¿pero aquí...?"
"Se llama metempsicosis de las ideas" afirmó, tajante y satisfecho Mithra, frotándose las manos encantado.
Grupos de andrajosos ladrones y vagabundos acechaban cerca. "¡Unos ricos!" gritó un andrajoso tuerto (nunca vió la viga en su ojo, suspiró Jesús), calvo y barbudo (muy rico consecuencia de sus rapiñas) y con un rostro de chivo. Todos desenvainaron mohosas espadas galas. Con un pensamiento los dos paseantes convocaron a una decena de guardaespaldas que se materializaron, ataviados como catafractarios bizantinos cubiertos de cotas de malla. Los delincuentes acechantes huyeron, entonces, despavoridos.
Cansados de recorrer kilómetros y kilómetros de calles desiertas, cansados de observar inmensas moles de Termas cuyos techos se agrietaban, agotados en su manifestación humana tras ver la mole del Coliseo, la cual empezaba a ser despojada de sus columnas, o recorrer parsimoniosamente los dieciocho kilómetros de murallas, Jesús y Mithra decidieron dejar de bilocalizarse físicamente.
La ruína y el silencio presidían aquella inmensa área metropolitana, bastante más de cien años atrás bulliciosa y ruidosa en la noche, helada y nevada en el Rín, que la observaron atentamente en 406.
Las costas de toda la península italiana, desde aquel lejano momento, habían sido atacadas continuamente por los piratas vándalos durante casi ochenta años.
Los vándalos no se preocuparon, tampoco, de las feroces tribus del desierto que campeaban, ahora, en los fertiles valles de la estrecha franja de Roma en Africa. La fiebres, pestes terribles, plagas climatológicas, colapsaron y colapsaban todo.
Y en las otrora ricas y prósperas provincias, las innumerables bandas de salteadores, ahora, impedían utilizar las calzadas que antes conducían al kilómetro cero del Foro, en el cual se encontraban ambos, bucólicamente, ahora admirando dicho obelisco y miliarium.