lunes, 7 de mayo de 2007

ANOTACIONES LIBERALES (XXIV). EL TEATRO ITALICENSE.

Martes 1 de mayo.
El Teatro de Itálica (*).
(*) Parte de capítulo del manúscrito de libro (c) sobre Itálica ( 2.004) escrito por el historiador Wladimir , vid obras de las que es autor en presentación de blog. Tenemos la satisfacción de anunciar el próximo blog "Libros Wladimir" en donde se incluyen sinopsis de cada obra y un capítulo de libre consulta para los amables lectores.

Las representaciones en el escenario.

Nos es posible rememorar el ambiente previo a la representación pública de las obras de teatro. Imaginemos, de acuerdo con Marcial ( Sat., II, XXIX), a los notables italicenses ocupando el primer rango de los lugares destinados a las personalidades del primero municipio italicense , después decidieron y pideron arcaicamente a Adriano ser "Colonia", segregados del populus. Desde la parte superior, hoy llamada gallinero, arriba, se veían las manos como los dedos con joyas de los más acaudalados y extravagantes. Los decuriones iban acompañados de los siempre existentes nuevos ricos, ataviados con sus demasiado nuevos mantos de púrpura y sus togas, de excesiva blancura nívea e inmaculada. Las cabelleras de la "flor y delicia del género humano" (italicense), expresión retórica en el Imperio, relucientes de aceites y perfumes: los perfumes que impregnaban a nobiles (nobles) y seudonobiles, ricos y seudoricos, ascendían azotando las narices del público. Mientras los decuriones y personalidades ocupaban los primeros rangos y a la par el público ronroneaba satisfecho, pues había sido agasajado previamente con vino por un mecenas local, principiaba el espectáculo. La abigarrada, bulliciosa y segregada muchedumbre enmudecía, empezaban los acordes de la orquesta y se introducía en el mundo de los sueños. Algunos decuriones hablaban entre ellos sobre los escándalos con las cuentas del anfiteatro en construcción. Cuando terminaba la obra representada un cantor se colocaba en el centro del escenario y decía al público : "¡Plaudite!" (¡Aplaudid!).

La sorprendente actualidad de determinados espectáculos sigue hoy cuando se releen textos conservados al respecto. En el Teatro de Itálica debieron coexistir, mas no tenemos constancia,las representaciones teatrales con los números musicales y ello implicaba la existencia eventual de orquesta o banda musical y de un coro, incluídos hipotéticamente los llamados también niños simphoniaci, así como la existencia de los mimos (mimus). No tenemos evidencias de otras variables de espectáculos en él como malabaristas y funambulistas, capaces de andar sobre cuerdas por ejemplo, mas los bailarines de ambos sexos fueron importantes en escena entonces.
En cuanto a las representaciones teatrales, en el ámbito de la capital del Imperio y en el Imperio en general debe recordarse la progresiva crísis del Teatro y de la comedia griega y romana tradicional, en beneficio de otro tipo de espectáculos, cada vez más cercanos al music hall actual y a la revista actual o a los ballets o a las obras digamos efectistas o abiertamente escandalosas e inmorales.
El escritor Apuleius, siglo II d.d.C., nos describiría los principios de una representación teatral. Una representación muy similar a la misma igual podría haber tenido lugar en la escena del Teatro italicense.
Primero abría el espectáculo un entremés de digamos ballet: un grupo de danzarines y danzarinas, en la flor de la adolescencia según expresión retórica de entonces, avanzaban en el escenario hacia la muchedumbre silenciosa para bailar la celebérrima danza pírrica de los griegos. Dispuestos en orden describirían con gracia diversas coreografías, bailando una flexible danza circular, desplegándose en líneas oblicuas como los anillos de una cadena, terminaban por agruparse para formar los lados de un cuadrado. El sonido de la trompeta anunciaba el final del espectáculo inicial.
La decoración para la obra teatral , a la cual asistió y nos describe Apuleius, rebasaba el decorado pictórico. Cabría la posibilidad que. durante la representación de las obras en Itálica, con independencia de los telones pictóricos, se edificasen escenarios similares al descrito. En la escena se representaba el Juicio de París. Una montaña en madera se alzaba en el aire, plantada de verdes setos y arbolillos verdeantes: desde lo alto de su cima el arquitecto hacía brotar una fuente y el agua fluía hacia abajo. Algunas cabritas, seguramente prestadas o alquiladas para la función, pastaban y comían hierbas frescas.
La escena se abría con el pastor, París, personificado en un joven con la cabeza cubierta por una tiara de oro y envuelto en un rico manto oriental. Otro joven, representando a Mercurio, con dos alitas de oro a ambos lados de su cabeza, avanzaba danzando y tendía, graciosamente, al primero una manzana de oro que sostenía en su mano derecha.
Surgían a continuación tres muchachas representando las tres Diosas: una representaba a Juno, la cabeza con una diadema blanca y un cetro. Otra, a Minerva, con su casco brillante rodeado por una corona de olivos enarbolando una lanza y su escudo. A continuación, Venus: una femenina y grácil Venus, una jovencita envuelta en finísimo lienzo que, a modo de mantón azul intenso, envolvía "su maravillosa silueta".
En el siglo IV a.d.C., al mismo tiempo que constaría al parecer el progresivo abandono de las representaciones del Teatro italicense, los espectáculos teatrales seguían en boga en todas las ciudades del inmenso Imperio y en su capital.El gran historiador romano Amianus Marcellinus, en su visita a Roma hacia 380, nos dejaba descrita la situación relacionada con las orquestas de entonces y el mundo de la escena teatral y de los actores. Según Amianus Marcelinus el Arte musical de entonces solamente se ingeniaba para fabricar órganos hidráulicos grandiosos,liras colosales, flautas nuevas y otros instrumentos de música gigantescos para acompañar, sobre la escena, "la pantomina de los bufones". La preocupación de los habitantes de Roma por los espectáculos escénicos llegó al extremo, como consecuencia de una escasez, de ordenar la salida de la capital de todos los extranjeros. Hollywood no es nada nuevo en ese sentido y existió teatralmente también en Roma: nada menos que 3.000 danzarinas y 3.000 coristas, figurantes y directores serían directamente excluídos de esa medida. Los primeros en ser obligados a abandonar Roma fueron, naturalmente, los científicos y los dedicados a las profesiones liberales. Amianus nos explica que, durante su visita, Roma estaba llena de hermosas jóvenes y jovencitas de largos cabellos rizados, cuya existencia consistía en recorrer con sus piececitos el pavimento de los teatros, dar sin fín piruetas sobre sí mismas y describir, en una palabra, todas las actitudes, gestos y movimientos ordenados por los caprichos del arte coreográfico.